Gramsci y el Capitalismo Contemporaneo

Rubén Zardoya Loureda

Cuba Siglo XXI
Rubén Zardoya Loureda
Decano de la Facultad de Filosofía, Sociología e Historia, Universidad de la Habana. Doctor en Ciencias Filosóficas


¿Por qué Gramsci en este fin de milenio?

La interrogante posee diversas aristas. En el plano más general, hace referencia a la capacidad del pensamiento del pasado para insertarse como un fermento activo en el tiempo presente. El problema pudiera darse por saldado con una reflexión del tipo: "La importancia de una u otra forma de pensamiento teórico está vinculada a su capacidad de explicar la época con respecto a la cual constituye una expresión conceptual. El presente, a su vez, requiere ser comprendido y explicado desde sí mismo." En otros términos, los hechos nuevos no se dejan tender en el lecho de Procusto de los libros viejos. No obstante, este es sólo un momento del problema, que tendería al absoluto si Cratilo tuviera razón y, efectivamente, no fuera posible bañarse siquiera una vez en el mismo río. Pero ocurre que las aguas corren, y el río, a pesar de esta dialéctica ingenua de la sensoriedad (o del empirismo del más corto aliento), sigue siendo el mismo en su otredad, o, por el reverso, deviene otro en su mismidad.

El siguiente momento está relacionado con la determinación de la medida en que el pasado vive en la contemporaneidad, en que la contemporaneidad es pasado y forma una unidad indisoluble con él; o, desde otra perspectiva, en que la cualidad sometida a estudio por uno u otro pensador ha sido rebasada por su propio movimiento. De la manera más abstracta, es posible afirmar que Gramsci vive porque este fin de milenio -si nos atenemos a la división cronológica convencional de la historia- se inscribe por entero en las determinaciones esenciales de lo que Marx llamara formación antagónica de la historia humana: la forma de organización de las relaciones sociales que se articula en torno al antagonismo entre los hombres y los grupos humanos en el proceso de producción y reproducción de su vida material y espiritual. Con más determinación, vive porque se inserta, igualmente por entero, en la forma de sociedad en que este antagonismo adquiere su máxima expresión: la sociedad capitalista, el modo de producción social (es decir, el modo de producción de los nexos sociales, de la propia sociedad, de formas históricas específicas de subjetividad humana, incluida la cultura) que tiene su alfa y su omega en el proceso de conversión en mercancías de todos los productos del trabajo humano, y de la propia fuerza de trabajo, y en la enajenación de las relaciones sociales con respecto a sus propios productores.

No cabe duda de que el capitalismo de nuestros días se presenta en una forma diferente del capitalismo que estudió y contra el cual luchó Gramsci. Sin embargo, ¿es diferente su sustancia? E, incluso, ¿ha sido superada por la historia toda la diversidad de formas de su existencia y de vías posibles para su superación revolucionaria examinadas o propuestas por Gramsci?

Mi respuesta es categóricamente negativa. A través de sus metamorfosis históricas, el capital continúa siendo el mismo río en el que se ven obligados a sumergirse -o, con más propiedad, a intentar sumergirse, cada vez con menos éxito- masas crecientes de población, el fuego heraclíteo que se transforma en todas las cosas y en el cual todas las cosas se transforman, de la misma forma (¡curiosa manera ésta de adquirir actualidad un símil milenario!) en que el oro se transfigura en mercancías y las mercancías -incluida la fuerza de trabajo- se transfiguran en oro..., o en papel moneda, o en aquellos otros papeles llamados acciones, títulos del tesoro y otras virtualidades.

En términos más concretos, el capitalismo sigue siendo el régimen de la esclavitud asalariada y de la marginación social, de la sumisión de la sociedad y los individuos a las leyes de la producción de plusvalía; sigue siendo la forma de organización de las relaciones entre los hombres que se construye sobre la contradicción flagrante entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la apropiación; el espacio de la concentración y centralización progresiva de la riqueza, la propiedad y el poder; de la reproducción cada vez ampliada del Estado como una maquinaria de violencia material y espiritual sobre los seres humanos, acorazada (invirtamos la expresión gramsciana) de hegemonía cultural e ideológica; de la igualdad formal ante la ley de grupos sociales e individuos profundamente desiguales por su posición en el sistema de la producción social y las formas y cuotas de apropiación de la riqueza; de la conversión de los productos de la actividad en fuerzas hostiles e incontrolables que oprimen a sus propios productores.

El punto de partida

Desde este punto de vista, la cuestión de la actualidad de Gramsci adquiere la forma de la interrogante acerca de la medida en que su pensamiento logró aprehender -o participar en la aprehensión- de la sustancia del modo capitalista de producción social, en particular, de su forma superior y dominante de existencia, el imperialismo; de revelar las contradicciones inmanentes e inducidas (por la acción revolucionaria) de su desarrollo e indicar vías factibles para la organización del sujeto o los sujetos revolucionarios que habrán de demoler su vetusto edificio y levantar sobre sus ruinas un nuevo modo de producción social, es decir, una forma nueva, comunista, de producción y organización de la sociedad y la cultura humanas.

De manera cada vez más acentuada, la obra y la imagen de Gramsci se han ido convirtiendo, ante todo, en armas de la crítica al marxismo vulgar y a consabidos vicios del "socialismo real". Ello es muy saludable, y convengo en que es preciso desandar sin descanso este camino: no cabe duda de que muchas de sus preocupaciones, avisos y advertencias conservan una vigencia inestimable para el estudio crítico de la experiencia histórica del socialismo y constituyen valiosas referencias para el trazado de la estrategia de construcción socialista, incluso en circunstancias históricas muy diferentes.

Sin embargo, apelando a Gramsci, no sólo se ha combatido el marxismo vulgar y las deformaciones del "socialismo real", sino también, de manera encubierta o descubierta, el propio ideal comunista. Con harta frecuencia, mediante un complejo ejercicio de omisiones, discriminaciones y desplazamientos de sentido, el análisis que pone en juego el arsenal de categorías que articulan su pensamiento desemboca en una crítica indistinta y abstracta al "socialismo como tal", o en un ensañamiento sádico y, en ocasiones, masoquista, con la historia del movimiento revolucionario mundial, aplaudido incluso por impúdicos cancerberos del capitalismo. No sólo se convierte a Gramsci en un intelectual de gabinete, a imagen y semejanza de algunos de sus exégetas, dejando como puro trasfondo y colorido biográfico el hecho de que su gabinete más duradero fue la celda de la prisión a la cual lo arrojaron la lucha antifascista y su intransigencia comunista, sino también se mella -diríase mejor, se embota- el filo anticapitalista de su vida y de su obra y su capacidad de crítica al pensamiento burgués y a las falacias e ilusiones del reformismo y el oportunismo. En otros términos, tras la virtud que encierra la visión gramsciana -crítica, antidogmática- del proceso de reorganización socialista de la sociedad, de la conquista de la hegemonía proletaria y del "pueblo dirigente" (la democracia), de lo que él llama "sociedad civil" y de la disolución de la dictadura, se oculta la posibilidad -es decir, la realidad- de desdeñar, excluir o dejar en una indeterminación tendenciosa su condición eminente de comunista, de enemigo irreconciliable del intelectualismo "desinflado e incoloro", que sigue siendo -utilizo sus palabras- un "peso muerto en nuestro movimiento"; de combatiente anticapitalista y de forjador de la subjetividad revolucionaria; la honda raigambre marxista y leninista -sobre todo leninista- de su pensamiento, orientado a la crítica teórica y práctica de la civilización capitalista, en particular, del llamado capitalismo avanzado, en la época del imperialismo. Andando por esta vía, Gramsci no tarda en convertirse en un teórico funcional al sistema de dominación capitalista, cuyas apelaciones al carácter revolucionario de la clase obrera, al genio inconmensurable de Lenin o a la imposibilidad de ser marxista sin traducir esa actitud en acción política partidista, se presentan como resabios epocales o, en el mejor de los casos, como deslices de juventud.

Frente a este desenfoque -llamémosle así- es preciso hacer hincapié en el hecho de que, en sus determinaciones esenciales, la obra de Gramsci se empina sobre el cimiento de la concepción marxista de la historia, en particular, de la formación social capitalista y de la Revolución Comunista, y constituye una forma específica de su existencia, un momento peculiar de su producción y reproducción, incomprensible al margen del estudio de los restantes momentos lógicos e históricos de esta concepción.

Parto aquí del supuesto de que el marxismo no es, simplemente, el conjunto de las obras de Marx y Engels, sino un modo específico de producción espiritual, o, de forma más precisa, de producción teórica; un proceso social de producción, distribución, circulación y consumo social de ideas sobre el antagonismo social -centrado, insisto, en la forma capitalista de este antagonismo- y sobre la estrategia y la táctica de su superación revolucionaria; un proceso histórico contradictorio que engendra de sí las más variadas formas, en correspondencia con las condiciones de tiempo y lugar en que transcurre, cuyas diferencias y oposiciones resultan enteramente explicables a partir de la propia dialéctica de este movimiento.

La obra gramsciana constituye precisamente un momento del devenir histórico del pensamiento comunista; su finalidad inmanente es contribuir a forjar la conciencia revolucionaria del proletariado y de las restantes clases, sectores y grupos sociales oprimidos por el capital, someter el capitalismo a una crítica teórica integral, con vistas a su supresión histórica como totalidad -es decir, como régimen de producción de plusvalía y de dominación y hegemonía ideológica de la burguesía-, en la forma de una sociedad de productores libres. Su marxismo es radical, excluyente de todo género de "sostenes heterogéneos",(1) distante, como una galaxia de otra, del pensamiento conciliador, transigente y ecléctico que encharca muchas escrituras escurridizas que en nuestros días se llaman "de izquierda".

El punto de partida de los estudios gramscianos con fines revolucionarios, es el reconocimiento de la forma peculiar, francamente leninista, en que se funden en su vida y su obra la más estricta fidelidad al espíritu del marxismo y la radicalidad de su enfrentamiento político al capitalismo, por una parte, y el recelo racional hacia toda letra y la búsqueda creativa ante lo inédito de las circunstancias, por otra.

Marx, Lenin, Gramsci

En balde se ha acusado a Gramsci de subjetivista, o se le ha exaltado como tal. Nada en su obra indica el establecimiento -tan característico en los escritos de sus epígonos vulgares- de una contraposición abstracta entre lo subjetivo y lo objetivo, que hiperboliza el primer momento de la oposición y convierte el otro en una especie de telón de fondo. Unicamente una interpretación naturalista del marxismo o, por el contrario, una interpretación voluntarista de la historia (ignorantes, por demás, de la impronta que dejó el marxismo de Lenin en el movimiento revolucionario mundial), ha podido ver subjetivismo en su insistencia en el decisivo papel de la subjetividad en la historia, en particular, en el desarrollo de los procesos revolucionarios, en su énfasis en la relación cultura-revolución, en la necesidad de conjuntar lo que separa la sociedad antagónica: la cultura y el movimiento revolucionario.

No cabe duda de que Gramsci pone sus mayores empeños teóricos en el estudio y la crítica de lo que denomina, utilizando la conocida metáfora de Marx, "superestructuras", y en el análisis de la cultura espiritual, la intelectualidad y su papel en el proceso revolucionario, las creencias populares, el "sentido común", las sensibilidades, los aparatos de hegemonía ideológica, la subjetividad revolucionaria. Pero ello no implica, como se ha sugerido -y como se quiso alguna vez hacer ver con respecto a Lenin-, que Gramsci haya despreciado en modo alguno la importancia del estudio científico de los procesos objetivos del desarrollo del capitalismo mundial (en particular, económicos), que incluyen la subjetividad como un momento orgánico y establecen las posibilidades efectivas de su organización.

 

Con Marx -escribe- la historia sigue siendo dominio de las ideas, del espíritu, de la actividad consciente de los individuos aislados o asociados. Pero las ideas, el espíritu, se realizan, pierden su arbitrariedad, no son ya ficticias abstracciones religiosas o sociológicas. La sustancia que cobran se encuentra en la economía, en la actividad práctica, en los sistemas y las relaciones de producción y de cambio. La historia como acaecimiento es pura actividad práctica (económica y moral).(2)

La historia -Gramsci lo sabe- es a la par un proceso histórico natural y la actividad del hombre que persigue sus fines; o, en la forma de una síntesis, es el proceso histórico natural de la actividad del hombre que persigue sus fines. Proceso sujeto a leyes que se producen y se realizan a través de la actividad de los individuos, las comunidades, los grupos y clases sociales, quienes, lejos de constituir un momento pasivo, un simple instrumento de la astucia de una razón espiritual o económica, constituyen sus propios productores, sus propios creadores. Conciencia y voluntad organizadas, sí, pero organizadas en correspondencia con el sistema de determinaciones económicas, políticas y sociales producidas y reproducidas por la propia actividad humana, y susceptibles de ser transformadas por ella. Poner el acento en la investigación del momento subjetivo del entramado histórico no significa, insisto, ignorar la importancia de los llamados "factores objetivos" de este entramado. Significa no fetichizarlos. Significa enfrentarse a las tendencias objetivistas, por lo general de corte academicistas, que ya en época de Gramsci comienzan a usurpar el nombre de marxismo. Significa asumir la condición de pensador revolucionario, la posición leninista que pone todo su empeño en la organización de la subjetividad revolucionaria, frente al "curso natural" del desarrollo capitalista.

En la perspectiva gramsciana -marxista, en general-, toda la teoría y la práctica de lucha anticapitalista y de construcción socialista debe partir de un estudio concienzudo del capitalismo en sus determinaciones esenciales, y del análisis concreto de las peculiaridades lógicas e históricas en que tiene lugar la acción revolucionaria en cada momento y lugar. (Algo análogo ocurre, a propósito, con el estudio científico de las "superestructuras", cuyo "punto de referencia y de 'causación' dialéctica, no mecánica" se encuentra, según Gramsci, en la "estructura".)(3)

A contrapelo del enfoque que sugiere la idea de un pensador ajeno a cuestiones económicas y poco ducho en la materia, el espíritu universalista de Gramsci evidencia un vivo interés por la ciencia económica y los métodos de investigación que la caracterizan, por las relaciones y diferencias de principio existentes entre la economía clásica y la teoría -no sólo económica- de Marx, por cuestiones tan vitales desde el punto de vista de la dialéctica como la naturaleza de las leyes y regularidades de la ciencia económica, su comienzo lógico necesario y las peculiaridades de las abstracciones científicas mediante las cuales se aprehenden los hechos económicos.(4)

En lo que concierne a la Economía Política marxista, Gramsci no sólo pone de manifiesto su conocimiento de las ediciones críticas más recientes -en su época- de El Capital y de diferentes compendios de la obra de Marx, publicados con fines divulgativos para los más diversos sectores de lectores -cuya revisión considera necesaria-, sino formula también una serie de sugerencias sobre la forma apropiada de elaborar estos compendios, sobre el método correcto de exposición, desde el punto de vista de las necesidades del aprendizaje y de las exigencias culturales de la época.

El conocimiento por parte de Gramsci de la doctrina económica de Marx -el hombre que "significa la entrada de la inteligencia en la historia de la humanidad"-(5) resulta evidente por los más diversos fragmentos de sus escritos y adquiere una peculiar relevancia en sus apuntes sobre la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, tratada, en esencia, de forma mucho más culta que como se hace de ordinario en la actualidad. (Como veremos en breve, Gramsci confiere a la acción de esta ley un papel decisivo en el desencadenamiento de la crisis integral del capitalismo y en la preparación de las condiciones objetivas de la revolución.) En todo caso, al margen de la posible discusión acerca de la extensión y profundidad de sus conocimientos de Economía Política marxista (de "economía crítica"), lo cierto es que nada en la obra de Gramsci hace suponer otra actitud que la de su aceptación plena. Sin temor a exagerar, es posible afirmar que Gramsci asume en su integridad (es decir, como totalidad) la concepción marxista del modo capitalista de producción como fundamento objetivo de la diversidad de formas (instituciones, organizaciones, modos de actividad social) políticas, sociales e ideológicas que le son consustanciales y como determinación objetiva de las correspondientes formas de la voluntad revolucionaria, ese "elemento perturbador" de los movimientos del capital.

Otro tanto puede decirse con respecto a la concepción leninista del imperialismo, que Gramsci asume explícitamente en diversos artículos y a la cual hace reiterados honores en los Cuadernos de la cárcel.

Nunca como hoy es tan necesario poner énfasis en la relación de continuidad histórica entre el pensamiento de Lenin y el pensamiento de Gramsci y en el entusiasmo intelectual de Gramsci ente la figura y la obra de Lenin, en su solidaridad incondicional con la rebeldía bolchevique ante el llamado "curso natural de los acontecimientos", enraizada en la comprensión del papel insustituible de lo que se ha dado en llamar factor subjetivo, subjetividad, organización de la subjetividad anticapitalista en la forma de un partido revolucionario, presto a conquistar la hegemonía en el interior de la clase obrera y a expandirla a la sociedad toda. Nunca como hoy, primero, porque ha alcanzado niveles insospechados la campaña teórica y publicitaria dirigida a dividir y contraponer la obra y la vida de los grandes pensadores revolucionarios de nuestra época y, segundo, de manera más concreta, porque Lenin sigue siendo el más horripilante de los fantasmas que recorren el mundo del capital, la personalidad más temida por los apologistas del mercado capitalista y la "libertad" de empresa, el "hombre más odiado del mundo -para utilizar las palabras de Gramsci-, igual que un día lo fue Carlos Marx."(6) Lenin, el imperdonable.

En mi opinión, el problema de la relación existente entre el pensamiento de Gramsci y el de Lenin constituye, a un tiempo, la encrucijada en la que se bifurcan las diversas interpretaciones de la vida y de la obra del primero, y el foco que arroja luz sobre su lugar en la historia del movimiento revolucionario y el pensamiento comunista, y sobre todo posible acercamiento a sus escritos con el objetivo de encontrar ideas que faciliten una lectura revolucionaria de la realidad actual.

No es este el lugar para abordar con detenimiento el tema de la relación de continuidad orgánica entre Lenin y Gramsci. Llamaré apenas la atención, primero, sobre la correspondencia existente entre los intentos, cada vez más frecuentes, de convertir a Gramsci en un teórico inocuo para el sistema de dominación burgués, y la pretensión de distanciarlo de la posición política de Lenin, supuestamente "más dura", con respecto a problemas tan medulares como el papel del partido en la lucha revolucionaria, la dictadura del proletariado y la democracia socialista; y segundo, sobre la creciente acentuación de la tendencia, desde posiciones con frecuencia vergonzantes, a excluir, o reducir al mínimo posible, toda referencia a Lenin de muchos escritos -y, en ocasiones, antologías- que se proponen reconstruir el pensamiento gramsciano con una visión "menos dura", "humanista". Frente a la usanza de contraponer y dividir el pensamiento de ambos gigantes del movimiento revolucionario mundial, habrá que repetir con Palmiro Togliatti, que "la aparición y el desarrollo del leninismo en la escena mundial fue el factor decisivo de toda la evolución de Gramsci"(7), y, con Héctor Agosti, que "el rasgo distintivo del marxismo gramsciano es su giro leninista".(8) Ahora bien, tanto la concepción marxiana del capitalismo, como la concepción leniniana de su fase imperialista son asumidas por Gramsci de forma muy diferente a la manera habitual en que lo hace el marxismo vulgar, es decir, copiando la forma externa del discurso y superponiendo esquemas congelados sobre los hechos históricos concretos. En estas concepciones, Gramsci ve expresiones teóricas concentradas de la esencia de procesos en desarrollo histórico, en permanente metamorfosis, que demandan para su comprensión la incorporación permanente de nuevas categorías y algoritmos de pensamiento, generados por el propio movimiento objetivo del capitalismo, en calidad de especificaciones, concomitancias, modalidades, transfiguraciones de aquellas esencias. Su genio, como el de Lenin, se revela, ante todo, en la forma peculiar en que realiza el salto mortal desde la teoría clásica a las condiciones concretas de la lucha revolucionaria en Italia y, en general, en los países con un elevado nivel de desarrollo capitalista; es decir, el salto desde la expresión teórica de la esencia de los procesos estudiados a las condiciones históricas específicas en que se desarrolla la acción revolucionaria, tomando en cuenta el enorme caudal de experiencias culturales, políticas e históricas del movimiento obrero europeo, particularmente del italiano, y las peculiaridades coyunturales de la lucha de clases. Baste reparar, en este sentido, en el importante viraje operado en la reflexión de ambos revolucionarios a raíz de la forma tortuosa e imprevisible en que se extendía, se apagaba -o parecía hacerlo- y volvía a encenderse la chispa de la Revolución de Octubre en Occidente. Con miras internacionales, Lenin piensa desde la dirección de una revolución triunfante en un "eslabón débil" del capitalismo, acosada por fuerzas infinitamente superiores y enfrentada a la formidable tarea de conquistar la hegemonía proletaria desde el poder alcanzado en minoría y hacer salir de la prehistoria de la humanidad a millones de hombres y mujeres de los pueblos que integraron la Unión Soviética y abrirles las puertas del reino de la libertad que ellos mismos habrían de construir; Gramsci lo hace desde la lucha antifascista directa -en libertad y en la cárcel-, enfrentado a la tarea igualmente formidable -que considera obligada en las condiciones de la lucha anticapitalista en el interior de las naciones imperialistas, en sus "eslabones fuertes", donde el Estado se presenta de manera acentuada como "hegemonía acorazada de coerción"- de avistar las vías para ganar la hegemonía proletaria en la oposición, antes del asalto definitivo a la maquinaria coercitiva del Estado. Se trata, de un mismo modo de pensamiento enfrentado a problemas y tareas a la par idénticas y diferentes.

Justamente el tránsito del capitalismo a la fase imperialista de su desarrollo es lo que exige, según Lenin y Gramsci, la creación de nuevas modalidades de lucha, de nuevas instituciones de las clases trabajadoras y de nuevas formas de articulación de las relaciones entre las masas y el partido revolucionario. Por consiguiente, la clara comprensión científica de este tránsito constituye una condición imperiosa para la proyección de la estrategia y la táctica del partido comunista.

Más allá de uno u otro énfasis, Gramsci manifiesta una adhesión cabal a la esencia de la teoría leninista de imperialismo, centrada en el estudio del proceso de negación de la libre competencia que determina su tendencia fundamental y de la correspondiente formación y expansión de los monopolios financieros como sujetos fundamentales de la economía capitalista. El imperialismo -escribe- es "el período histórico de los monopolios nacionales e internacionales... La afirmación de esta tesis es la afirmación de la existencia, a escala mundial, de las premisas económicas, de las condiciones objetivas necesarias e indispensables para el advenimiento del comunismo."(10) Con esta determinación fundamental -asociada al proceso de concentración y centralización creciente de la riqueza, bosquejado por Marx en sus célebres consideraciones sobre la tendencia histórica de la acumulación capitalista-, están conectadas las restantes determinaciones de este nuevo "período histórico": "el predominio del capital financiero sobre el capital industrial, de los bancos sobre las fábricas, de la bolsa sobre la producción de mercancías, del monopolio sobre el capitán de industria",(11) la unión del capital bancario y el capital industrial en la forma del capital financiero, con la correspondiente formación de una oligarquía, o "clase financiera", y la fusión de éste con el poder estatal, convertido por esta vía en una poderosa palanca de la acumulación del capital;(12) la formación temprana de agrupaciones monopolistas internacionales; la mundialización del poder de la burguesía, asociada a la creciente exportación de capitales y al nuevo reparto territorial del mundo, plagada de contradicciones destructivas para el capitalismo; la acentuación de los efectos económicos, políticos, sociales e ideológicos de la ley del desarrollo desigual del capitalismo en las condiciones del imperialismo, que subyace en la base de su visión peculiar de la estrategia y la táctica revolucionarias en las condiciones del "capitalismo avanzado";(13) el fortalecimiento de la burocracia estatal y, en general, la formación y la extensión de las más diversas capas parasitarias; la expansión de la especulación financiera como momento necesario de la reproducción ampliada de los capitales individuales; el papel de la guerra y las crisis en el fortalecimiento de los monopolios y del Estado imperialista y en la preparación de las condiciones objetivas para la revolución socialista; las peculiaridades del capitalismo monopolista en las condiciones de la guerra imperialista, que acentúa la tendencia hacia la reglamentación estatal de la producción y la distribución de la riqueza y convierte al Estado en un interventor permanente y necesario en el proceso de producción, "en propietario único del instrumento de trabajo", que "asume todas las funciones tradicionales del gerente", "en la máquina impersonal que compra y distribuye las materias primas, que impone un plan de producción, que compra los productos y los distribuye".(14)

En este punto de la exposición, quisiera llamar la atención sobre dos momentos importantes en la comprensión del imperialismo en Gramsci. El primero se refiere a lo que Lenin llama capitalismo monopolista de Estado, "la fusión en un solo mecanismo de la fuerza gigantesca del capitalismo con la fuerza gigantesca del Estado, mecanismo que enrola a decenas de millones de personas en una sola organización [...]."(15) Se ha sugerido que, respecto a sus trabajos de los años 1919-1921, la comprensión gramsciana del proceso de interpenetración de la oligarquía financiera y los representantes políticos de la burguesía (entre los monopolios y el Estado) y de los mecanismos estatales en la economía parece debilitarse en las Tesis de Lyon y en los Cuadernos de la cárcel.(16) Sin embargo, a mi juicio, no existen evidencias de que Gramsci haya abandonado nunca su visión sobre esta problemática. De ello hablan de forma palmaria, por ejemplo, las consideraciones de los Cuadernos de la cárcel sobre el Estado capitalista en las condiciones que dimanan del fordismo, dominado, al igual que toda la superestructura capitalista, "más directamente" por la economía (Se trata, escribe Gramsci, del Estado liberal, "pero no en el sentido de liberalismo aduanero o de la efectiva libertad política, sino en el sentido más profundo y fundamental de la libre iniciativa y del individualismo económico que conduce con sus propios medios, como "sociedad civil", por su propio desarrollo histórico, al régimen de la concentración industrial y de los monopolios.")(17); y sus apuntes "Acciones, obligaciones, títulos de Estado", en los que reflexiona sobre el papel económico asumido por el Estado durante la Gran Depresión de los años treinta. En estas condiciones, el Estado se ve promovido "por necesidades económicas inevitables", "a una función de primer orden en el sistema capitalista, como empresa (holding estatal) que concentra el ahorro que se pone a disposición de la industria y de la actividad privada, y como inversor a medio y largo plazo".(18) Una vez asumida esta función, el Estado ya no puede "desinteresarse de la organización de la producción y el cambio, dejarla, como antes, a la iniciativa de la concurrencia y a la iniciativa privada," "se ve necesariamente llevado a intervenir para controlar si las inversiones realizadas por su trámite son bien administradas," necesita reorganizar el aparato productivo "para desarrollarlo paralelamente con el aumento de la población y de las necesidades colectivas."(19) Ello es así, incluso, en el caso de que las oscilaciones y transfiguraciones de la política económica imperialista ofrezcan la forma externa de una reencarnación del liberalismo -agua pasada incapaz de mover ningún molino en la época del imperio de los monopolios financieros- en las relaciones entre el Estado y las empresas capitalistas.

Así, pues, lo que se opera en los Cuadernos de la cárcel es, antes bien, un desplazamiento de la reflexión de Gramsci, enraizado en la concepción leniniana del capitalismo monopolista de Estado, hacia el problema de la organización de la subjetividad revolucionaria en las condiciones en que aquél constituye la relación económico-política dominante del capitalismo. En este sentido, resultan muy sugerentes las reflexiones de Gramsci, de indudables resonancias marxianas, sobre la conquista y consolidación de la hegemonía burguesa "desde la fábrica" por parte de la oligarquía financiera, con el concurso decisivo del Estado burgués, sobre los efectos políticos, sociales, éticos y psicológicos de los nuevos métodos de producción y trabajo característicos de los monopolios financieros, incubados en la potencia emergente del imperialismo mundial, que denomina con el epíteto de americanismo y que, con sus propias palabras, constituye, "entre otras cosas, el mayor esfuerzo colectivo realizado hasta ahora por crear, con rapidez inaudita y con una conciencia de los fines jamás vista en la historia, un nuevo tipo de trabajador y de hombre": el "gorila amaestrado", portador de una "moral de productores capitalistas".

 

Taylor expresa con cinismo brutal la finalidad de la sociedad americana: desarrollar en el trabajador, en un grado máximo, las actitudes maquinales y automáticas, destruir el viejo nexo psico-físico del trabajo profesional calificado que exigía una cierta participación activa de la inteligencia, de la fantasía, de la iniciativa del trabajador, y reducir las operaciones productivas al mero aspecto físico maquinal [...] Ocurrirá inevitablemente una selección forzada: una parte de la vieja clase trabajadora será despiadadamente eliminada del mundo del trabajo, y tal vez incluso del mundo tout court.(20)

A lo anterior están asociadas, según Gramsci, las nuevas formas de organización de las plantas productivas hasta el puesto de trabajo conocidas como "fordismo", los "salarios altos", llamados a contribuir a la selección de "un personal coherente con el sistema", las llamadas "iniciativas puritanas" de los industriales norteamericanos (la lucha contra el alcoholismo y contra la "irregularidad de las funciones sexuales", como agentes destructores de la fuerza de trabajo al servicio del capital), la actividad legislativa y judicial del Estado en el proceso de amaestramiento de los obreros, "si la iniciativa privada de los industriales resulta insuficiente o si se desencadena una crisis de moralidad demasiado profunda y amplia en las masas trabajadoras", la separación progresiva entre "la moralidad-costumbre de los trabajadores y la de los demás estratos de la población."

El segundo momento se relaciona con el internacionalismo y con lo que en época de Lenin y Gramsci se dio en llamar cuestión nacional. Con una fuerza inusitada para la época, Gramsci llama la atención sobre el incipiente proceso de desnacionalización -y de freno a los impulsos históricos incipientes o inconclusos hacia la unificación nacional-, inherente como tendencia al desarrollo del imperialismo, asociado a la fusión de los monopolios y el Estado nación de la burguesía financiera, la cual se hace "nacionalista" por cuanto encuentra en este Estado el principal garante de su dominación, y una coraza y una punta de lanza contra los monopolios enclavados en otros países, pero que tiende a "desagregar a la nación, a sabotear y a destruir el aparato económico" en la medida en que su fuerza expansiva se ve refrenada por la estrechez nacional. "El Estado nacional ha muerto", afirma Gramsci, siguiendo con una lógica implacable el hilo ya entonces previsible del desarrollo del imperialismo hacia una "fase de unidad del mundo", o con más precisión, de reparto económico y político del mundo; y lo hace de forma tan categórica que aún en nuestros días, en los que su prognosis ya ha comenzado a hacerse realidad, encuentra fuerte resistencia entre muchos teóricos aferrados a las apariencias y a las formas extrínsecas de las instituciones políticas. Si es cierto, opina Gramsci, que "los Estados nacionales, en su soberanía e independencia, se convierten en una esfera de influencia, un monopolio en manos extranjeras", si "el régimen de la libre competencia ha sido abolido por la fase imperialista del capitalismo mundial, el parlamento nacional ha finalizado su tarea histórica", es decir, ha perdido su función propiamente nacional.

En tales condiciones, la nación se impone como un baluarte de la lucha por el socialismo. "Si se estudia -escribe- el esfuerzo realizado desde 1902 hasta 1927 por los mayoritarios [los bolcheviques] se ve que su originalidad consiste en una depuración del internacionalismo, extirpando de él todo elemento vago y puramente ideológico (en sentido malo) para darle un contenido de política realista."(21) Esta política internacionalista realista implica una atención muy seria a la "cuestión nacional", el trazado de una estrategia y una táctica de lucha que, sin perder de vista la totalidad internacional que la engloba, parta de la situación nacional y de la correlación de fuerzas nacionales.

 

[...] Una clase de carácter internacional, en cuanto guía estratos sociales estrictamente nacionales (los intelectuales) e incluso, muchas veces, menos aun que nacionales, particularistas y municipalistas (los campesinos), tiene que 'nacionalizarse' en cierto sentido, y este sentido no es, por lo demás, muy estrecho, porque antes de que se formen las condiciones de una economía según un plan mundial es necesario atravesar múltiples fases en las cuales las combinaciones regionales (de grupos de naciones) pueden ser varias.(22)

No hay sombra aquí de la conocida visión "internacionalista" difusa que se da la mano con el cosmopolitismo burgués y hace el juego al transnacionalismo imperialista, sobre la base de una concepción abstracta y desabrida de la unidad internacional que sólo ve en las naciones barreras, estrecheces, resabios ideológicos de la burguesía. Sin dudas, insiste Gramsci, "toda acción proletaria debe estar subordinada al internacionalismo y coordinada con él; ha de ser capaz de tener carácter internacionalista."(23) Sin embargo, en la nación y en la cultura nacional, Gramsci descubre fortificaciones de la lucha revolucionaria que es preciso conquistar, defender, vigorizar y transformar en bastiones del internacionalismo de los trabajadores. Frente a la actitud utilitaria y astuta de la burguesía respecto a la nación y a los "valores patrios", la clase obrera se ha convertido en la "única clase nacional" e internacional a un tiempo, en la única fuerza social cuyas luchas expresan la afirmación de la nación y, a la par, de las tendencias históricas hacia la integración de las naciones en pie de igualdad. Sin independencia nacional, sin autodeterminación de las naciones no hay internacionalismo revolucionario ni socialismo posibles. La internacionalización de las luchas contra el capital supone como un momento orgánico la lucha por una independencia nacional que permita "devolver a la nación una personalidad histórica independiente". "Unicamente el Estado proletario, la dictadura proletaria, puede hoy detener el proceso de disolución de la unidad nacional," como regresión absoluta de la historia que favorece las aspiraciones de dominio mundial de la "clase financiera".(24)

El nudo gordiano

Detengámonos en la comprensión gramsciana de la crisis del capitalismo y de su vínculo con las leyes inmanentes de la producción capitalista, en particular, con la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (o tasa de beneficio), y con la acción revolucionaria encaminada a la conquista de la hegemonía y el poder político. Quizá en ningún otro momento de la obra de Gramsci se exprese con más claridad su concepción sobre la identidad dialéctica existente entre lo objetivo y lo subjetivo en el proceso histórico y en la acción revolucionaria.

Con frecuencia, en los estudios sobre Gramsci, su concepción de la crisis del capitalismo se reduce a la idea de la crisis de hegemonía, muy importante, sin dudas, pero insuficiente para comprender en toda su riqueza este genuino punto nodal de su pensamiento. La posibilidad de provocar una crisis orgánica en la hegemonía burguesa, como objetivo estratégico de la lucha revolucionaria, se haya vinculada en Gramsci, primero, al desarrollo de la "infraestructura" de la sociedad burguesa, a los altibajos y vaivenes del proceso de producción de plusvalía y, con particular fuerza, a los límites lógicos e históricos esenciales del modo capitalista de producción; y, segundo, a la actividad del partido revolucionario, a su capacidad de desagregar la fuerzas de la burguesía y quebrantar sus aparatos de hegemonía, producir consenso popular en torno a su liderazgo en la forma de una amplia alianza de clases populares, y capitalizar, sobre esta base, las crisis económicas que constituyen una condición de existencia del capitalismo.

Ya desde sus escritos precarcelarios, Gramsci se mostraba convencido de que

 

la agravación de las crisis nacionales e internacionales que destruyen progresivamente el valor de la moneda prueba que el capital ha llegado a una situación extrema; el actual orden de producción y distribución no consigue ya satisfacer ni siquiera las exigencias elementales de la vida humana [...](25)

Estas crisis se hayan asociadas de forma indisoluble a las regularidades objetivas del proceso de producción de plusvalía, en especial, a la acción preeminente de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.(26)

En una época en que la degradación de la economía vulgar no había alcanzado los niveles actuales de virtuosismo, que la han llevado a convertir esta ley en un desecho, o a refutarla de manera superficial, mediante la apelación a estadísticas espurias o parciales, en los Cuadernos de la cárcel, Gramsci se pronuncia decididamente contra los teóricos que, con una orientación dogmática y economicista, la interpretan de forma absoluta y unilateral, y la convierten en un mito "popular energético y propulsivo". Pero la crítica gramsciana, de ascendencia leniniana, nada tiene que ver con la negación chata e insulsa de toda determinación económica de los procesos históricos, en particular, de la lucha revolucionaria. Gramsci se pronuncia contra la idea vulgar de que "todo progreso técnico determina inmediatamente, como tal, una caída de la tasa de beneficio, cosa errónea, porque El Capital afirma sólo que el progreso técnico determina un proceso de desarrollo contradictorio, uno de cuyos aspectos es la caída tendencial."(27) La ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, insiste Gramsci -como todas las leyes que rigen el organismo social- se manifiesta de manera en extremo contradictoria, a través de un entramado de fuerzas que apuntan en direcciones diferentes y opuestas.

En nuestros días, sin embargo, la idea vulgar predominante es justamente la opuesta a aquella otra, a saber, la creencia -la fe, diríamos- en la infinitud del proceso de desarrollo científico técnico impulsado por el desarrollo capitalista, es decir, en que las fuerzas productivas sociales pueden desarrollarse ad infinitum en los marcos del modo capitalista de producción y contrarrestar como un móvil perpetuo los efectos de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Esta visión apologética, exponente acabado de la más moderna economía vulgar, que hunde sus raíces en el siglo pasado, apenas merece la consideración de Gramsci, quien no pierde de vista ni por un segundo que la perspectiva marxista no es la del desarrollo de las fuerzas productivas, consideradas como una suerte de sustancia-sujeto autosuficiente en sí y por sí, a la manera de las construcciones filosóficas especulativas, sino la del modo de producción en su conjunto, la del ensamblaje contradictorio y dinámico de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, la de la totalidad de las relaciones sociales, en las que la política, la educación, la cultura y, en general, la subjetividad humana juegan un papel decisivo.

A diferencia del fetichismo científico tecnológico preponderante en los estudios más recientes del capitalismo contemporáneo, que convierten la llamada tecnociencia en el principal sujeto del desarrollo económico y social, Gramsci, en estricta concordancia con la doctrina económica de Marx, propone explicar las innovaciones tecnológicas a partir de las determinaciones fundamentales del proceso de producción capitalista en cada época de su desarrollo histórico, y constata que, si bien, por una parte, "el progreso técnico permite una dilatación de la plusvalía, por la otra determina, a causa del cambio que introduce en la composición del capital, la caída tendencial de la tasa de beneficio."(28)

En el espíritu del marxismo clásico, la perspectiva gramsciana no es la de los avatares de los capitales individuales que logran aumentar la productividad del trabajo por encima de la media social, mediante la introducción y monopolización de unos u otros adelantos científicos y técnicos y el aumento correspondiente del tiempo de trabajo adicional de los asalariados. Gramsci advierte que, aunque en el proceso de producción, el capitalista individual, como resultado de los avances científico-tecnológicos y del consecuente incremento de la productividad del trabajo, logra temporalmente aumentar la producción de plusvalía relativa, para el capitalista social medio, es decir, para la producción capitalista en su conjunto, el aumento de la composición orgánica del capital social que lleva aparejada la introducción de nueva tecnología, acentúa la tendencia a la caída de la cuota de ganancia.

 

El progreso técnico es precisamente a la empresa individual la chance de aumentar la productividad del trabajo por encima de la media social, y realizar, por tanto, beneficios excepcionales, pero, en cuanto que el progreso en cuestión se socializa, esa posición inicial se pierde gradualmente y funciona la ley de la media social del trabajo, la cual baja los precios y los beneficios a través de la concurrencia: en este punto se tiene una caída de la tasa de beneficio, porque la composición orgánica del capital se muestra desfavorable.(29)

Como vemos, Gramsci no opera con tendencias económicas abstractas, sino se mueve en el complejo tejido de las fuerzas sociales contradictorias, vivas, sujetas a las veleidades del tiempo, a la acción de los sujetos económicos, políticos e ideológicos. Pero no se pierde en la multiplicidad ni otorga igual peso y valor a cada una de estas fuerzas: "La caída de la tasa de beneficio se presenta como el aspecto contradictorio de otra ley, la de la producción de la plusvalía relativa, y la una tiende a dominar a la otra con la previsión de que la caída de la tasa de beneficio prevalecerá."(30)

En la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia Gramsci, aprecia un

 

proceso dialéctico por el cual el empuje molecular progresivo lleva a un resultado tendencial catastrófico en el conjunto social, resultado del que parten otros empujes aislados progresivos, en un proceso de superación continua que, sin embargo, no puede preverse que haya de ser infinito aunque se disgregue en un número muy grande de fases intermedias de medida e importancia varias.(31)

La odisea del capital y de sus personificaciones, los capitalistas, radica en agenciárselas para contrarrestar la tendencia "catastrófica" de esta ley implacable. Para ello se sirven de todas las vías a su alcance, incluida "la intervención legislativa: defensa de las patentes, de los secretos industriales, etc., intervención que, de todas maneras, tiene que ser limitada a algunos aspectos del progreso técnico, aunque sin duda tenga un peso nada despreciable."(32) (Apuntemos, a propósito, que esta referencia a la "intervención legislativa" como forma de contrarrestar la caída de la cuota de ganancia no aparece explícita en El capital.) Particular interés presenta, en este sentido, la conexión que establece Gramsci entre la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y los "métodos de producción y trabajo" conocidos como taylorismo y fordismo,(33) los cuales considera "una lucha continua, incesante" para eludirla, "manteniendo una posición de superioridad sobre sus concurrentes", "mediante la multiplicación de las variables en las condiciones del aumento progresivo del capital constante".(34)

Desde una óptica marxista, las "variables" propuestas por Gramsci -"entre las más importantes"-(35) ofrecen tantas dudas y preguntas como respuestas. Así, no cabe duda de que las variables 5 y 6 ("utilización cada vez más amplia de subproductos" y "utilización de las energías caloríficas desperdiciadas"), actúan efectivamente, de forma unívoca, como elementos tendientes a aumentar la cuota de ganancia, en la medida en que contribuyen a reducir el capital constante. Sin embargo, respecto a la variable 1, es evidente que la introducción de máquinas cada vez "más perfectas y refinadas" no es privativa del "método" fordista de producción, sino constituye una condición sine qua non de la producción capitalista en todas las etapas de su desarrollo; lo cual exige una explicación de la influencia de esta "variable" sobre la acción de la ley. Asimismo, la utilización de "metales más resistentes y de mayor duración", y la "disminución del desecho de materiales de fabricación" (variables 4 y 5) representan, exclusivamente, modificaciones en el valor de uso y no hacen explícito su nexo con la composición orgánica del capital. (¿Se referiría Gramsci, en el primer caso, al aumento del tiempo de amortización del valor de la maquinaria de los capitalistas individuales y, por esta vía, al consecuente ahorro de capital constante? Aun así, sería preciso apuntar que contra este factor se manifiesta el desgaste apreciativo acelerado de la maquinaria: aunque los metales empleados sean más resistentes y se incremente su valor de uso, su plazo de sustitución se acorta de manera inexorable en virtud de la forma capitalista de su utilización.)

No menos problemática resulta la variable 3, referida a la creación de "un tipo nuevo de obrero especializado, con altos salarios". Sin dudas, el incremento del salario nominal de los obreros constituiría un factor contrarrestante de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia si ello implicara un aumento real del valor de la fuerza de trabajo de éstos: en este caso, el incremento del capital variable se traduciría en una disminución de la composición orgánica del capital, con el consecuente aumento de la cuota de ganancia. Sin embargo, es conocido que, en dependencia del contenido real de trabajo contenido en la unidad de dinero, el salario nominal de los obreros puede aumentar al tiempo que desciende el valor de su fuerza de trabajo, tendencia esta que se convierte en dominante con el desarrollo del monopolio capitalista sobre la masa de dinero. La observación de Gramsci, no obstante, invita a la realización de estudios económicos concretos que permitan despejar la posibilidad de que el incremento salarial pueda obrar como factor contrarrestante de la acción de la ley.

Por otra parte, presenta sumo interés la visión gramsciana de la relación existente entre el progreso científico-técnico y la acción de la ley en términos de costos: "Con cada una de estas innovaciones el industrial pasa de un período de costes crecientes (o sea, de disminución de la tasa de beneficio) a un período de costes decrecientes, en la medida en que consigue disfrutar de un monopolio de iniciativa que puede durar (relativamente) mucho."(36) Según esta fórmula, el crecimiento de los costos equivaldría a una manifestación más clara de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia; en tanto que el decrecimiento de los costos implicaría el predominio de los factores contrarrestantes a la acción de la ley. No obstante, más bien que hablar en este caso de costos en general, lo correcto sería hacer referencia a los costos del capital constante.

Nada revela aquí el enfoque subjetivista que, con frecuencia, se ha endilgado a los análisis gramscianos. En la acción inexorable de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, Gramsci identifica el límite lógico objetivo del modo capitalista de producción; o, con más propiedad, identifica este límite en el carácter insoluble de la contradicción existente entre la acción de esta ley y la acción de las tendencias no menos objetivas que la contrarrestan, resumidas por Gramsci, con no poca temeridad (a fin de cuentas, no ha dado una forma definitiva a su estudio) en la producción de una plusvalía relativa creciente.

Sin duda, este resumen deja fuera del campo visual momentos varios como el abaratamiento de los elementos del capital constante, el comercio exterior y el aumento del capital por acciones, factores contrarrestantes de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia que, a todas luces, no pueden ser subsumidos -al menos por entero- bajo la acción de la ley de producción de plusvalía relativa. Pero, en este caso, lo decisivo es el énfasis gramsciano en la importancia que esta ley adquiere con la entronización del capitalismo monopolista y el consecuente monopolio de la ciencia y la tecnología, y su insistencia, más explícita y enfática que en la obra de Marx, en los límites lógicos e históricos de la acción de los factores contrarrestantes, en particular, de la propia ley de producción de plusvalía relativa.

Según Gramsci, dos barreras resultan infranqueables para el capital y para sus posibilidades de producir plusvalía relativa: por una parte, "técnicamente por la extensión y la resistencia elástica de la materia"; y, por otra, "socialmente por la medida soportable de paro en una determinada sociedad."(37) ¿Resultaría descabellado colegir, tras la nebulosa expresión "la extensión y la resistencia elástica de la materia", una referencia temprana a los límites en que la naturaleza puede ser puesta al servicio y explotada por el capital? Tal vez. Sin embargo, en relación con el análisis del taylorismo y el fordismo, Gramsci utiliza una expresión análoga, en la cual se introduce un matiz que parece alejar este sentido: "límite extremo de resistencia del material".(38) ¿A qué material se refiere? ¿Cuál sería este límite?

Mucho más definido y poderoso resulta el "segundo límite", "la medida soportable de paro", la inevitable acentuación -que, en nuestros días, ha alcanzado niveles irracionales- de los efectos sociales de la ley de la población inherente al sistema de producción capitalista, asociada, entre otros factores, a la innovación tecnológica, en particular, al proceso de automatización iniciado con la Primera Revolución Industrial y acelerado como consecuencia de la colosal concentración de recursos en manos de los monopolios financieros.

En la nota sobre el taylorismo y el fordismo, Gramsci establece dos nuevas barreras infranqueables para el capital: "el límite de la introducción de nuevas máquinas automáticas, o sea, el límite constituido por la relación última entre hombres y máquinas" (es decir, probablemente, la relación última en que es posible sustituir la fuerza de trabajo por el trabajo maquinizado, incluido el automatizado, sin desatar una sobreproducción crónica y un nivel de desempleo insostenible en términos políticos) y "el límite de saturación industrial mundial".(39)

Ahora bien,

 

no es completamente exacto decir que la ley relativa a la disminución de la tasa de beneficio, si estuviera establecida de un modo exacto como creía su autor, "significaría, ni más ni menos, el final automático e inminente de la sociedad capitalista". Nada de automático, ni mucho menos de inminente. Esa inferencia se debe simplemente al error de haber examinado la ley de la caída de la tasa de beneficio aislándola del proceso en el cual ha sido concebida, y aislándola no con fines científicos de mejor exposición, sino como si fuera válida de un modo "absoluto", y no como término dialéctico de un proceso orgánico más amplio.(40)

El límite objetivo último de la producción de plusvalía (es decir, la inacción de los factores o variables contrarrestantes de la acción de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) estará dado "cuando toda la economía mundial sea capitalista y haya conseguido un cierto grado de desarrollo; o sea, cuando la 'frontera móvil' del mundo económico capitalista haya alcanzado sus columnas de Hércules."(41) De hecho, la dilatación de las fronteras del modo de producción capitalista, que en la obra de Marx se presentaba como una de las contradicciones internas de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia -que "busca una solución en la expansión del campo externo de la producción"-,(42) Gramsci la presenta como una contratendencia a la acción de la ley.

Así, pues, Gramsci fija límites lógicos e históricos insalvables para la expansión mundial del capitalismo: justamente el marasmo inevitable de este proceso constituye el punto de inflexión donde comienza a manifestarse con fuerza resolutoria la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia frente a sus factores contrarrestantes. Gramsci no duda que, en esencia, el capitalismo ya ha llegado a esta etapa de su desarrollo histórico, con independencia de las estratagemas con que la oligarquía financiera y el Estado imperialista se esfuercen por dilatarla.

De ello dan fe las violentas sacudidas económicas y las guerras permanentes con las que se ve obligado a solucionar sus contradicciones de forma temporal, y la acentuación de su carácter parasitario, "del caos, de la gangrena que amenaza con sofocar la sociedad de los hombres, que ya corrompe y disuelve la sociedad de los hombres."(43) A propósito, son numerosos los momentos en que Gramsci pone de manifiesto su gran interés por los procesos objetivos de la crisis del capitalismo -en particular, de la Gran Depresión-: la acentuación del desarrollo desigual entre los diferentes países y el desequilibrio entre unas y otras industrias, la inflación, la emigración masiva de los trabajadores, la caída del mercado de las acciones y sus nexos con el proceso de expropiación del ahorro de la población, las reacciones psicológicas de los poseedores de acciones; la quiebra del parlamento, la intervención económica y el fortalecimiento de las funciones represivas del Estado y de su autoritarismo, el parasitismo administrativo. Y, como resultado, la pérdida de arraigo popular de las ideologías dominantes, que anuncia una genuina crisis orgánica del sistema capitalista.

 

La crisis orgánica -escribe Rafael Díaz-Salazar-, que implica una retirada del apoyo de las masas a la clase dominante ante la incapacidad de ésta para acoger y satisfacer nuevas demandas, puede alargarse por mucho tiempo. Son múltiples las posibilidades de reacción ante dicha crisis, que van desde una prolongación de la misma ante una sociedad inerte y débil que deja que la situación se pudra y se extienda el caos, hasta el desarrollo de una guerra civil, pasando por otras modalidades como la reacción de la clase dominante -recomponiendo su hegemonía en la sociedad civil o utilizando la sociedad política para imponer un tipo de dictadura-, la insurrección revolucionaria de las masas, o bien una solución cesarista -regresiva o progresiva- ante el equilibrio de las fuerzas antagónicas.(44)

Ahora bien, según Gramsci, "la crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo, y en ese interregno ocurren los más diversos fenómenos morbosos", incluida una "tremenda reacción de la clase propietaria y de la casta de gobierno". A mi juicio, en el vasto rompecabezas de los escritos gramscianos, en este punto entronca orgánicamente la concepción de Gramsci sobre el partido revolucionario, en esencia leninista, como organización llamada a "dar forma" a las "energías caóticas" de las masas, en la época de la formación y consolidación del capitalismo monopolista.

La espada de Alejandro

Huelga demostrar que Gramsci no alberga ilusiones de ningún tipo con respecto al accionar natural de los mecanismos económicos. Según su firme convicción, la contradicción entre la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y sus factores contrarrestantes sólo puede configurar un "nudo gordiano, irresoluble normalmente". Se precisa aquí "la intervención de una espada de Alejandro".(45)

La simple alusión a un nudo gordiano en el proceso de desarrollo capitalista, lleva implícita la oposición al pensamiento y la acción medrosos de las corrientes socialdemócratas y reformistas en general, poderosas ya en época de Gramsci, que confían la superación del capitalismo al curso espontáneo de los acontecimientos e impugnan la intervención de todo género de espadas de modernos Alejandros, y evidencia la posición del revolucionario comunista que dedica todas sus energías a forjar el acero de esta espada y adiestrar a los hombres y mujeres que habrán de blandirla. Gramsci conoce que la más poderosa de las fuerzas objetivas de la civilización humana es la subjetividad. A fin de cuentas, desde una óptica revolucionaria, lo objetivo no es otra cosa que lo objetivado, las fuerzas activas de los seres humanos transformadas en objetividad, la forma objetiva de existencia de la subjetividad.

El análisis gramsciano de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia (y, en general, de la crisis del capitalismo) puede ser resumido en la siguiente idea conclusiva: "[...] La contradicción económica se convierte en contradicción política y se resuelve políticamente en una inversión de la práctica."(46) Las leyes de la economía capitalista ponen límite como posibilidad al movimiento del capital. La realidad de este límite es la acción organizada de la voluntad revolucionaria.

Gramsci no ignora que, considerada de forma abstracta, la tendencia económica del desarrollo del imperialismo apunta hacia la concentración creciente que tiende a la configuración de un monopolio único; sin embargo, al igual que Lenin,(47) frente a la absolutización de esta tendencia, con sus inevitables consecuencias desmovilizadoras de la voluntad revolucionaria, insiste en el error que supone separar "la política del imperialismo de su economía", y de no tomar en consideración la acción interventora de la voluntad revolucionaria, encaminada a cortar de raíz todo desarrollo "natural" del capitalismo.

Los mayores aportes de Gramsci a la visión leninista de la lucha revolucionaria en la época de imperialismo se encuentran vinculados a su comprensión de las importantes modificaciones operadas bajo el comando de la oligarquía financiera en la naturaleza del Estado y, en general, de las "superestructuras" de la formación social capitalista. Gramsci tiene plena conciencia de que el Estado burgués, por una parte, es un "tutor vigilante de la clase propietaria" en general, una maquinaria que representa los intereses de la totalidad de la burguesía (y de sus intelectuales asalariados), y, por otra, ha caído "en manos de esta colosal coalición capitalista", surgida con la fusión del capital industrial y el capital bancario, y se ha convertido, por esta vía, en un momento orgánico del proceso de reproducción del capital financiero, es decir, en un órgano de la voluntad política precisamente de la oligarquía financiera. En términos de sujetos económicos y políticos, la idea de la fusión del capital financiero y el poder estatal se traduce de la siguiente forma: "[...] La clase financista y la clase política son la misma cosa, o dos aspectos de la misma cosa".(48)

 

[...] Teóricamente, el Estado parece tener su base político-social en la "gente modesta" y en los intelectuales, cuando en realidad su estructura sigue siendo plutocrática y resulta imposible romper los vínculos con el gran capital financiero; por lo demás, el Estado mismo se convierte en el más grande organismo plutocrático, en la holding de las grandes masas de ahorro de los pequeños capitalistas. [...] No es, por otra parte, nada contradictoria la existencia de un Estado que se base a la vez políticamente en la plutocracia y en el hombre de la calle, como lo prueba un país ejemplar como Francia, donde precisamente no se comprendería el dominio del capital financiero sin la base política de una democracia de rentistas pequeño-burgueses y campesinos.(49)

Este doble carácter del Estado propio del "capitalismo avanzado" -representante de la burguesía en general e, incluso, del "hombre de la calle", y de la oligarquía financiera en exclusiva-, sólo resulta comprensible si se toma en consideración el complejo engranaje de las relaciones de dominación que le son inherentes, su intervención ideológica y cultural en el aseguramiento de una estructura determinada de la producción material y de la apropiación de la riqueza social, en el establecimiento de la hegemonía (es decir, en esencia, la subordinación ideológica) de la clase burguesa, en particular, de la oligarquía financiera, sobre aquel "hombre de la calle", mediante la creación y el fortalecimiento de las más diversas "superestructuras" gubernamentales y no gubernamentales, el control de los aparatos escolar, editorial, comunicacional, religioso, sindical, y cualesquiera otros que participen en la producción de imágenes, representaciones, creencias, valores, convicciones, concepciones del mundo. En las condiciones de los países imperialistas, ello confiere una notable resistencia al sistema de dominación burgués frente a las inevitables crisis económicas y a los ataques frontales de los partidos revolucionarios.

En mi opinión -el consenso sobre este punto parece bastante generalizado- en esta concepción se revela con la mayor fuerza la originalidad del marxismo de Gramsci, aquello que lo convierte en un momento relevante para la comprensión del capitalismo en su fase imperialista y para la organización de la subjetividad revolucionaria. Sin lugar a dudas, la visión gramsciana de hegemonía, que desarrolla y ramifica la visión leninista, y, vinculado a ello, su concepción de la guerra de posiciones como forma de lucha encaminada a alcanzar "una concentración inaudita de hegemonía", con vistas a la conquista del poder del Estado ("ampliado", "resistente") en los países con un determinado grado de desarrollo capitalista,(50) sobre todo en épocas de reacción burguesa, constituyen una derivación orgánica del concepto leninista de desarrollo desigual del capitalismo -que incluye la idea del desarrollo desigual de las transformaciones políticas y culturales-, y representan una sugestiva referencia para el pensamiento marxista sobre la Revolución Comunista en la actualidad. Es comprensible, en este sentido, que estos hayan sido los momentos más tratados y analizados en la ya copiosa bibliografía gramsciana: una vez que el pensamiento revolucionario ha aprehendido estas categorías, no es posible ya dejar de ordenar ý comprender los hechos empíricos y proyectar la acción subversiva sin tomarlas en cuenta con toda seriedad. Tanto más cuanto que, según el criterio audaz de Gramsci, heredero de la visión de Lenin,

 

el Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social características de la clase obrera explotada. Relacionar esos institutos entre ellos, coordinarlos y subordinarlos en una jerarquía de competencias y de poderes, concentrarlos intensamente, aun respetando las necesarias autonomías y articulaciones, significa crear ya desde ahora una verdadera y propia democracia obrera en contraposición eficiente y activa con el Estado burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués en todas sus funciones esenciales de gestión de dominio del patrimonio nacional. [...] Es necesario dar forma y disciplina permanente a esas energías desordenadas y caóticas, absorberlas, componerlas y potenciarlas, hacer de la clase proletaria y semiproletaria una sociedad organizada que se eduque, que consiga una experiencia, que adquiera consciencia responsable de los deberes que incumben a las clases llegadas al poder del Estado.(51)

Ni uno sólo de los pasajes de Gramsci ofrece fundamento alguno a los intentos recientes de descalificar el papel de los partidos genuinamente revolucionarios en la lucha anticapitalista, con epítetos despectivos del tipo de "vanguardias iluminadas", en momentos -paradójicamente- en que se fortalece la partidocracia burguesa como órgano de la dominación de los monopolios transnacionales y en que la "vanguardia" política de la oligarquía financiera transnacional extiende sus tentáculos hacia todos los rincones del planeta. Defensor a ultranza del centralismo democrático, es decir, antiburocrático, como principio rector de la acción del partido revolucionario, Gramsci no hace concesiones a las tendencias pseudodemocráticas, en esencia anarquistas y desmovilizadoras, que diluyen la importancia práctica de lo que valora como "elemento principal de cohesión, que centraliza en el ámbito nacional, que da eficacia y potencia a un conjunto de fuerzas que, abandonadas a sí mismas, contarían cero o poco más [...], dotado de una fuerza intensamente cohesiva, centralizadora y disciplinadora, y también, o incluso tal vez por eso, inventiva", estrechamente asociado a un "elemento medio" que lo ponga en contacto "no solamente 'físico' sino también moral e intelectual" con las masas partidistas, es decir, la intelectualidad orgánica.(52)

La firmeza de la posición de Gramsci en relación con la necesidad de una vanguardia revolucionaria que guíe las luchas por la conquista de la hegemonía y el poder, e instaure el Estado de los Consejos, se extiende, incluso, a su actitud ante la llamada "personalización del mando", ante los "jefes" revolucionarios, acrisolados en el transcurso de la lucha revolucionaria, capaces de constituirse en "el momento más individualizado de todo un proceso de desarrollo de la historia pasada". Por su fuerza y precisión conceptual, por la concentración de ideas que en él se realiza, por el olvido intencional en que han caído estas ideas y por su ingente actualidad, vale la pena transcribir el siguiente fragmento de su artículo "Jefe", escrito a raíz de la muerte de Lenin, y en honor suyo:

 

El que algunos socialistas que siguen llamándose marxistas y revolucionarios digan que quieren la dictadura del proletariado, pero no la dictadura de los "jefes", la personalización del mando; que digan, esto es, que quieren la dictadura, pero no en la única forma en que es históricamente posible, basta para revelar toda una orientación política, toda una preparación teórica "revolucionaria". [...] El problema esencial consiste en la naturaleza de las relaciones que los jefes o el jefe tengan con el partido de la clase obrera, y de las relaciones que existan entre ese partido y la clase obrera. ¿Son relaciones jerárquicas, de tipo militar, o lo son de carácter histórico y orgánico? El jefe, el partido, ¿son elementos de la clase obrera, son una parte de la clase obrera, representan sus intereses y sus aspiraciones más profundas y vitales, o son una excrecencia de ella, una simple sobreposición violenta?(53)

Tampoco ninguno de los pasajes de su obra evidencia un apartamiento de la concepción del partido comunista expresada de forma inequívoca en sus escritos de juventud: "El Partido tiene que seguir siendo el órgano de la educación comunista, el foco de la fe, el depositario de la doctrina, el poder supremo que armoniza y conduce a la meta las fuerzas organizadas y disciplinadas de la clase obrera y campesina."(54) Si es cierto, como piensa Gramsci, que la lucha por la hegemonía cultural e ideológica de los trabajadores requiere cohesión y disciplina, ninguna organización popular contribuirá a este empeño de forma más efectiva que un partido revolucionario de vanguardia que, como un "dispositivo de guerra", resulte capaz de "encarnar la consciencia revolucionaria vigilante de toda la clase explotada, atraer la atención de toda la masa, hacer que sus directivas sean directivas de ésta, obtener su confianza para convertirse en su guía y cabeza reflexiva" y "dar una dirección al conjunto de los movimientos."(55) Según Gramsci, si "las fuerzas obreras y campesinas carecen de coordinación y de concentración revolucionaria", ello se debe a que los organismos directivos del Partido "han mostrado que no entienden absolutamente nada de la fase de desarrollo que atraviesa en el período actual la historia nacional e internacional, y que no comprenden nada de la misión que incumbe a los organismos de lucha del proletariado revolucionario", a que este partido asiste como espectador al desarrollo de los acontecimientos, [...] no lanza ninguna consigna que puedan recoger las masas y que pueda dar una dirección general, unificar y concentrar la acción revolucionaria."(56)

Ahora bien,

 

el partido político de la clase obrera se justifica en la medida en que, centralizando y coordinando enérgicamente la acción proletaria, contrapone un poder revolucionario de hecho al poder legal del Estado burgués y limita la libertad de iniciativa y de maniobra de éste; si el partido no realiza la unidad y la simultaneidad de los esfuerzos, si el partido resulta ser un mero organismo burocrático, sin alma y sin voluntad, las clase obrera tiende instintivamente a constituir otro partido y se desplaza hacia las tendencias anarquistas, las cuales se dedican precisamente siempre a criticar ásperamente la centralización y el funcionarismo de los partidos políticos.(57)

Todo el problema radica, por consiguiente, en la capacidad del partido comunista para establecer un nexo orgánico con las masas, para desarrollar la iniciativa de éstas y constituir un vehículo para su autogobierno, vincularse a sus diferentes formas de organización -consejos, sindicatos, comités de barrio, comisariatos urbanos, etc.-, desarrollar un sistema de democracia obrera y campesina e instaurar una genuina dictadura del proletariado, "expansiva, no represiva".(58) El partido, ha de ser el "resultado de un proceso dialéctico en el cual convergen el movimiento espontáneo de las masas revolucionarias y la voluntad organizativa y directiva del centro."(59)


Notas



1- Ver: Antonio Gramsci. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, La Habana, Edición Revolucionaria, 1966, p. 161.

2- Gramsci y la filosofía de la praxis (selección de textos), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997, p. 16.

3- Idem., p. 68.

4- Ver: Gramsci y la filosofía de la praxis (selección de textos), ed. cit., pp. 114-123. Ver también: Antonio Gramsci. Antología, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 323-324.

5- Gramsci y la filosofía de la praxis (selección de textos), ed. cit., p. 15.

6- Antonio Gramsci. Antología, ed. p. 52.

7- Cit. por: Christine Buci-Glucksmann. Gramsci y el Estado (Hacia una teoría materialista de la filosofía), Siglo Veintiuno Editores, 1986, p. 177. "Los Quaderni -enfatiza Buci-Glucksmann- deben ser "leídos" como una continuación del leninismo, en otras condiciones históricas y con otras conclusiones políticas. Ello implica que toda tentativa de oponer Gramsci a Lenin, en una especie de desplazamiento a la izquierda, para algunos, y a la derecha, para otros [...] no puede conducir sino a una nueva forma de idealismo. [...] Quien dice continuar a Lenin enuncia una relación productiva y creadora que no se agotará jamás en la sola aplicación [...] del leninismo, sino más bien en una traducción y desarrollo del leninismo. Ibíd., p. 25.

8- Héctor P. Agosti. "Prólogo" a Antonio Gramsci. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, ed. cit., p. 10.

9- La grandeza política de los bolcheviques -escribe Gramsci- está en haber "sabido soldar la doctrina comunista con la conciencia colectiva del pueblo ruso... en haber, en una palabra, traducido históricamente a la realidad experimental la fórmula marxista de la dictadura del proletariado." Cit. por: Christine Buci-Glucksmann. Op. cit., p. 211.

10- Cit. por: Christine Buci-Glucksmann. Op. cit., p. 193.

11- Idem., p. 393.

12- "En la fase imperialista del proceso histórico de la clase burguesa -escribe Gramsci-, el poder industrial de cada fábrica se desprende de la fábrica y se centraliza en un trust, en un monopolio, en un banco, en la burocracia estatal." Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 80.

13- Como apunta Christine Buci-Glucksmann, "la estrategia de la guerra de posición, la forma en que a través de ésta se plantea la cuestión de la hegemonía para la clase obrera y para el partido comunista (el príncipe moderno), responden claramente a los aspectos más desarrollados del capitalismo. La reflexión gramsciana parte esta vez de los 'eslabones fuertes' de la cadena imperialista, evitando todo catastrofismo economicista. Al situar la reflexión sobre el fascismo en el terreno de la 'guerra de posición' esboza el comienzo de un período histórico 'nuevo', marcado por dos hechos principales: una reorganización del capitalismo a escala mundial y una intervención creciente del Estado en la economía, con todos los efectos que ello entraña en los 'aparatos de hegemonía'." Op. cit., p. 399.

14- Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 70.

15- Vladimir Ilich Lenin. "La Guerra y la Revolución", en: O. C., t. 32, Editorial Progreso, Moscú, 1985, p. 90.

16- Sobre la posición de Gramsci al respecto en la época inmediatamente posterior al triunfo de la Revolución de Octubre, puede juzgarse por el siguiente retrato de la oligarquía financiera emergente, en sus diversas transfiguraciones y concomitancias económicas y políticas: "El capitán de industria se ha convertido en barón de industria, y su nido está en los bancos, en los salones, en los pasillos ministeriales y parlamentarios, en las bolsas. El propietario del capital se ha convertido en una rama seca en el campo de la producción. Como ya no es indispensable, como sus funciones históricas se han atrofiado, se convierte en un mero agente de policía, y pone directamente sus "derechos" en las manos del Estado para que éste los defienda sin piedad. [...] Consecuencias: aumento de la fuerza armada policiaca, aumento caótico de la burocracia incompetente, intento de absorber a todos los descontentos de la pequeña burguesía ávida de ocio, y creación, con esa finalidad, de organismos parasitarios hasta el infinito."

17- Cit por: Christine Buci-Glucksmann. Op. cit., p. 394.

18- El interés, no sólo teórico, sino también práctico, de Gramsci por esta problemática puede constatarse por la relación de formas específicas en que se manifiesta esta función económica del Estado en su propio país: "creación italiana de los varios Institutos de Crédito mobiliario, de reconstrucción industrial, etcétera; transformación de la Banca comercial, consolidación de las Cajas de ahorro, creación de nuevas formas en el ahorro postal, etc." Antonio Gramsci. Antología, p. 473.

19- Ibíd. "Se alude a estos elementos -añade Gramsci- por ser los más orgánicos y esenciales, pero hay también otros más que llevan a la intervención estatal, o la justifican teóricamente: la agravación de los regímenes aduaneros y de las tendencias autárquicas, los premios, los dumping, las operaciones de salvamento de las grandes empresas a punto de quiebra o en peligro: en sustancia, y como ya se ha dicho, la 'nacionalización de las pérdidas y de los déficit industriales', etc." Ibíd., p. 474.

20- Ibíd., p. 476.

21- Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., pp. 351-352. "El punto que me parece necesario desarrollar es éste: que según la filosofía de la práctica (en su manifestación política), ya en la formulación de su fundador, pero especialmente en las precisiones de su gran teórico más reciente [Lenin], la situación internacional tiene que considerarse en su aspecto nacional. Realmente la relación 'nacional' es el resultado de una combinación 'original' única (en cierto sentido) que tiene que entenderse y concebirse en esa originalidad y unicidad si se quiere dominarla y dirigirla. Sin duda que el desarrollo lleva hacia el internacionalismo, pero el punto de partida es 'nacional', y de este punto de partida hay que arrancar. Mas la perspectiva es internacional y no puede ser sino internacional. Por tanto, hay que estudiar exactamente la combinación de fuerzas nacionales que la clase internacional tendrá que dirigir y desarrollar según la perspectiva y la directivas internacionales. Ibíd., p. 351.

22- Ibíd., p. 352.

23- A continuación, Gramsci escribe: "Cualquier iniciativa que en cualquier momento, y aunque sea transitoriamente, llegue a entrar en conflicto con ese ideal supremo, tiene que ser inexorablemente combatida; porque toda desviación del camino que lleva directamente al triunfo del socialismo internacional, por pequeña que sea, es contraria a los intereses del proletariado, a los intereses lejanos o inmediatos, y no sirve más que para dificultar la lucha y prolongar el dominio de la clase burguesa." Ibíd., pp. 52-53.

24- Ver: Christine Buci-Glucksmann. Op. cit., pp. 184-185.

25- Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 71.

26- Las ideas vinculadas a la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, se vieron beneficiadas por la lectura de un conjunto de apuntes que puso a mi disposición el profesor y amigo Rafael Cervantes Martínez, quien, en plena medida, puede considerarse su coautor.

27- Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 446.

28- Ibíd., p. 444.

29- Ibíd., p. 446.

30- Ibíd., p. 445.

31- Ibíd., p. 447.

32- Ibíd.

33- En de Gramsci, esta ley se encontraría "en la base del americanismo, o sea, sería la causa del acelerado ritmo de progreso de los métodos de trabajo y de producción, y de modificación del tipo tradicional de obrero." Ibíd., p. 449.

34- Ver: Ibíd., pp. 446, 448.

35- He aquí estas "variables": 1) "Las máquinas constantemente introducidas son más perfectas y refinadas; 2) los metales más resistentes y de mayor duración; 3) se crea un tipo nuevo de obrero, monopolizado mediante salarios altos; 4) disminución del desecho de materiales de fabricación; 5) utilización cada vez más amplia de subproductos cada vez más numerosos, o sea, ahorro de desechos que antes eran inevitables, ahorro posibilitado por la gran dimensión de la empresa; 6) utilización de las energías caloríficas desperdiciadas: por ejemplo, el calor de los altos hornos, que antes se perdía en la atmósfera, se introduce en sistemas de tuberías y calienta las habitaciones, etc." Ibíd., p. 448.

36- Ibíd., p. 448.

37- Ibíd., p. 445.

38- Ibíd., p. 449.

39- Ver: Ibíd. Es necesario acotar que, según una lectura plausible del texto, Gramsci asocia "el límite de saturación industrial mundial" con la disminución de la tasa de aumento de la población, es decir, con el hecho supuesto de que el capital, "al difundirse el industrialismo", habrá de encontrarse con menos masa de trabajo excedente, con menos población para explotar. Ver: Ibíd. En realidad, el límite en este caso lo pone la capacidad del capital de convertirse en condiciones de producción, las posibilidades efectivas de inversión productiva de capital. En términos económicos, no es la falta de brazos lo que detiene al capital, sino la lógica inmanente de su reproducción.

40- Ibíd., p. 447.

41- Ibíd., p. 445.

42- Ver: Carlos Marx. El capital, t. 3, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 267.

43- Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 71. "Aumenta morbosamente el número de los que no producen -precisa Gramsci-, superando todos los límites admisibles por la potencialidad del aparato de producción. [...] Las horas no pagadas del trabajo obrero no sirven ya para incrementar la riqueza de los capitalistas: sirven para alimentar la avidez de la ilimitada muchedumbre de los agentes, los funcionarios, los ociosos, y para alimentar a los que trabajan directamente para esa turba de inútiles parásitos. [...] La producción de ahorro es "función" de la clase parasitaria." Ibíd., p. 70.

44- Rafael Díaz-Salazar. El proyecto de Gramsci, Ediciones Hoac, pp. 238-239.

45- Ibíd., p. 445.

46- Ibíd.

47- Vladimir Ilich Lenin. "Prefacio al folleto de Bujarin 'La economía mundial y el imperialismo'", en: O.C., t. 27, Editorial Progreso, Moscú, 1985, p.103.

48- Antonio Gramsci. Los intelectuales y la organización de la cultura, Editorial Lautaro, Buenos Aires 1960, p. 87. Con mirada aguda, y pese a los espejismos de la época que presentaban el fascismo como un movimiento pequeño-burgués, Gramsci, entre los primeros, revela la íntima conexión existente entre el poder del Estado fascista y el imperio de los monopolios financieros "[...] El fascismo actual -escribe- representa típicamente el neto predominio del capital financiero en el Estado." Idem., p. 397.

49- Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., p. 474.

50- Para Gramsci, como para todo genuino revolucionario, la lucha política es, en esencia, una lucha por el poder del Estado. Nada más alejado de su posición comunista que los recientes llamados de ciertas izquierdas a renunciar a la toma del poder, a permanecer como fuerzas permanentes de oposición al capitalismo, en nombre de la construcción de una hegemonía abstracta, en condiciones ideales que no existen ni existirán por largo tiempo en ningún rincón del planeta.

51- Antonio Gramsci. Antología, ed. cit., pp. 59-60.

52- Ibíd., p. 348.

53- Ibíd., p. 150.

54- Ibíd., p. 60.

55- Ver: Ibíd., p. 73-74. Más adelante, Gramsci apunta: "La existencia de un Partido Comunista cohesionado y fuertemente disciplinado, que coordine y concentre en su comité ejecutivo central toda la acción revolucionaria del proletariado, a través de sus núcleos de fábrica, de sindicato, de cooperativa, es la condición fundamental e indispensable para intentar cualquier experimento de Soviet." Ibíd., pp. 76. Y: "Es sin duda muy difícil que una clase pueda llegar a la solución de sus problemas y a la consecución de las finalidades inscritas en su existencia y en la fuerza general de la sociedad sin que se constituya una vanguardia que conduzca a esa clase a la consecución de aquellos fines." Ibíd., p. 178.

56- Ibíd., p. 72.

57- Ibíd., p. 74.

58- Ibíd., p. 153.

59- Ibíd., p. 144.



click here to return to the Materials and Publications index


Produced and Hosted by the Center for Digital Discourse and Culture     © Center for Digital Discourse and Culture, Virginia Tech. All rights reserved. The physical campus is in Blacksburg, Virginia, U.S.A. For more information, please contact the Center at cddc@vt.edu